Cuando pequeña, soñaba con el ático de casa de mi abuela.
Un lugar al que no me permitían entrar.
Era una casona de San Fernando (Buenos Aires), con un
patio inmenso y un perro negro que solo mi tía dominaba. Cuando llegaban
visitas, debía encerrarlo en su lugar, que parecía más bien, un gallinero. A la
noche era el amo del jardín y por eso lo llamaban Guardián. Si mi tía estaba
trabajando en sus plantas, lo dejaba suelto y lo mantenía a su lado
Fue una tarde de verano, mientras mi abuela lavaba
verdura y yo leía en el inmenso salón que ‘Guardián’ se animó a entrar a la
casa. Lo sentí a mis espaldas y empecé a temblar. Apenas vi sombra acercarse a
mí, salté a la escalera, cerré la puertita tranquera y subí sin mirar atrás, y
creo que sin respirar, hasta el siguiente piso cerrando la puerta tras de mi…
luego seguí hacia el ático.
Me costó abrirlo pero lo logré.
Una pequeña ventana daba una luz aguada del atardecer.
Escuchaba a mi tía que, desde el jardín, donde tenía una pequeña huerta,
llamaba al perro. Seguramente notaría su ausencia.
Me subí a un arcón y vi que ‘Guardián’ ya lamia la mano
de tía Vic.
Ya estaba allí, así que ya había saltado la prohibición
de entrar y mi curiosidad fue más grande que el respeto. No voy a hacer una
historia de suspenso, no. Solo les cuento que estuve hurgando como una hora sin
encontrar nada de valor, ningún secreto, ningún motivo de prohibición a entrar…
‘Cosa de viejas’ pensé y me dispuse a salir, justo a
tiempo, pues mi abuela me llamaba. Cuando cerraba la puerta me di cuenta que la
luz había cambiado. El último rayo de sol daba sobre un espejo que reflejaba la
luz sobre una pequeña puerta que no había visto antes. No podía volverme. Mi
abuela era impaciente y, además, estaba casi oscuro. Le grité que estaba en el
baño y procuré que mis pasos no hicieran ruido en la escalera. Me dije que ya
volvería. Pero esa fue la última vez que me quede a pasar un fin de semana en
la casona de San Fernando.
Hoy recordé aquella puerta pequeña y misteriosa… creo que
cada quien tiene la suya. Se trata y/o se pretende ser transparente, pero ¿qué
prohibiciones, inhibiciones, temores infantiles nos alejan de nuestra pequeña
puerta que alumbra, muy de vez en cuando, un furtivo rayito de sol?
Sigo soñando con el ático… muchas veces me acerco a esa puerta,
el día que la abra, les dejo saber.
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