martes, 6 de agosto de 2013

Alex en mi ventana



Cuando la vida nos arranca de nuestro lado a personas entrañables, como paso con mi hijo, no se puede reaccionar en forma inmediata, el dolor es una masa contundente y un peso que uno lleva... sin pelear, porque ¿A quién reclamar?

Además, hay otros hijos que tener en cuenta, hijos y nietos que no quieren verte derrumbada, el hijo que desaparece no puede convertirnos en no-padres para los otros. 
Y vivimos por amor, aprendemos a amar a quien no volverá: sin apego, incondicionalmente y ese es el real amor incondicional, nunca obtendremos nada de su persona, lo que íbamos a tener se terminó de un golpe certero y a quemarropa... 
A mí ese día se me abrió -literalmente- el suelo bajo los pies y el cielo se derrumbó sobre mí. Entonces, lo vi claro: ¡debía respetar su destino, su camino había terminado! Quien dice que debía permanecer más por darme el gusto? Siempre pidiéndole a la vida lo que no es, esta vez debía aceptar y pensar: ¿qué quieren de mí?
Y uno acepta y aprende a no sufrir, aprende que el dolor es algo puntual y se puede acostumbrar a llevarlo consigo, aunque duela, y mucho. El sufrimiento, en cambio, es lo que uno hace con su pensamiento, lo que uno le agrega al dolor. Casi como una adiccion al dolor. Yo elegí el dolor puro. 
A veces, mi hijo asoma, lo siento cerca y me alegro de que el, sin materia, se pasee por mi recuerdo. Se cumplen diez años y no hay cambio ni consuelo, el amor también es el mismo. 
Sigo celebrando la vida de quien me eligió como madre y me acompañó 27 años con amor, dulzura, compañerismo y respeto recíproco.

Para Alex que se transformó hace 10 años

Ni siquiera nos diste la espalda
Ni siquiera te hiciste escuchar
Tan solo ese desaparecer, sin mas
Tu barco naufragó en altamar y
Tu cuerpo desapareció sin aviso.
Desde hace diez años… tu voz,
que antes sonaba varonil y calma,
se transformó en un susurro lejano
casi inaudible ráfaga y grito ahogado.

No hay más perros ni pájaros amigos
que salgan a recibirte o esperen por ti
Los girasoles se han secado en tristeza
Pero… mi dolor está con mucha vida, 
aquella brasa en el pecho sigue intacta
e inamovible, sempiterna, candente…
no ha variado un ápice desde la sentencia,
hace diez años, en que lo señalaron y
lo repitieron cielos y aves nocturnas,
lo repicaron las campanas del ocaso:
-Alex no vuelve, se fue al nunca más.

Es que ¿necesitabas una aventura?
En el otro mundo ¿te esperaba alguien?
Tu boleto no tuvo regreso ni despedida
No hay espera posible ni atraso casual
Solo queda tu foto y papeles amarillentos
Y esta desazón de saberte cerca y no estés
De sentirte llegar en puntillas de pie y volar
Escuchar tu voz en mi ventana abierta
Y tu silbido al amanecer cuando me sé sorda,
Una delirante loca e insomne
aun sin parpados, ni manos,
que me impidan ver tu figura
alta, desgarbada, masculina,
en el horizonte incierto, lluvioso
tan oscuro y tan inalcanzable
tan envuelta en densas nubes rojas.

Me niego a llamarte por no perderte
para que tu imagen no se evapore
Por no declararme demente furiosa
solo te nombro, en mis oraciones,
como mi hijo eterno, mi ángel dulce.
Y no estas aquí, y no estas aquí…
Y, en mi pecho, no te fuiste, no…
Y estás en otro, distante territorio
donde mi mano no te alcanza
y mi voz llega sin sonido, impotente
y mi voz rebota en negras paredes
se vierte en cada rendija del dolor.
Monica Ivulich, 

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