jueves, 12 de diciembre de 2013

Ventana con chicos 'de la calle'.



Mirar por las ventanas abiertas al mundo es siempre diferente. Depende del momento del día y del año, depende del estado de ánimo, financiero y hasta de la situación sociopolítica de donde estés.
Las ventanas cambian según el enfoque o el interés que te traiga ese día.
Hoy se me ha dado por pensar en los chicos de la calle… son demasiados, millones.
Hijos de padres irresponsables, de una civilización con pocas respuestas. Y hay muchos que son tan inteligentes, capaces… hasta que la depresión y el convencimiento de que no sirven para nada les aplastan su posibilidad de ser personas.
La civilización no es tierna ni maternal, si no se entra a un sistema de lógica matemática discrimina sin piedad. Y hay tanta pubertad sin fuerzas para insertarse a la sociedad, sin motivación ni aliciente.
Muchas veces damos monedas, o no, pero casi nunca miramos a alguien a los ojos cuando nos alargan su manito sucia.
Una sonrisa con el pensamiento elevado es mejor que una limosna para un niño, un diálogo puede cambiar una idea errónea en un muchachito. ¿Podemos cambiar nosotros para cambiar lo que no nos gusta ver? Creo que vale la pena intentarlo. Empiezo hoy.
Empiezo por entender que ellos no se despertaron un día y dijeron: voy a ser un callejero, voy a reprobar todas las materias de mi vida y aprobaré las del fracaso. No tomaré como personal lo que me disguste de ellos, incluyendo si huelen mal. No los criticaré ni con el pensamiento. Si tengo la oportunidad de que me dejen decirles algo solo insinuaré que ellos tienen opciones, que pueden decidir cambiar la situación. Que nunca es tarde.

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