Viajar en
tren me gusta desde que era pequeña y mi madre me permitía una travesura compartida. Partíamos hojas de
diario en cuadraditos y los poníamos en mi puño, luego se fijaba que no viniera
un tren en dirección contraria y sacábamos la mano, ella sujetándome y yo
sujetando el papel, una vez todo mi brazo afuera yo abría la mano y una lluvia
invertida de papel picado esparcía las noticias por el campo… reíamos en
complicidad.
La vista del agro con su ganado o su cultivo, tan diferente a la
ciudad en que vivíamos, la alegría de mamá que visitaba a su hermana, el
viento en la cara y mis trenzas alborotadas, completaba mi sensación de alegría, próxima a la felicidad.
El
viaje en tren sigue ejerciendo sobre mí ese efecto de paz y una alegría que viene asociada a mi goce por
los paisajes rupestres, por las casonas antiguas, por los castillos en todos
los estilos con que nos sorprende la visión de mi ventana en el tren de Italia a Francia.
Es deslizarse
entre las diferentes estampas. De pronto una ciudad o un pueblo y luego el
campo con colores variados, colinas, árboles, humo a lo lejos, ovejas, vacas o caballos y algún automóvil cada tanto.
Ya próximos a una aldea, los árboles floridos me recuerdan que es primavera,
las ramas se han vestido de rosa, blanco o lila y los jardines lucen flores de
un amarillo intenso llamando al sol. Y, saliendo de la población, vuelve a
imperar el verde, a veces unos amarillos tenues comienzan a insinuar la alfalfa, otras,
los violetas sugieren próximas lavandas...
Por momentos
tengo la impresión que mi madre me dice: -¿picamos papel? Pero, desde que se instaló
el aire acondicionado en los transportes, no hay ventanillas abiertas…
Viajar
sola tiene el encanto de poder observar sin interrupción, investigar sin
interrogatorios, recordar sin tapujos,
descubrir sin límites. Me divierto con compañía, ¡claro que sí! Pero disfruto,
en la monotonía del traqueteo de un tren, una contemplación solitaria asociada
a un anticipo de lo que encontraré al llegar.
En
algún momento me concentré en mi desayuno, en un ‘ahora’ transitorio. Es un estar en
'el aquí' cambiante. Una ventana en movimiento por el espacio y el tiempo.
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