viernes, 28 de marzo de 2014

Color cigüeña en mi ventana.





Siempre he pensado que tener un hijo puede –o no- cambiar una vida.
foto propia
Un amigo de Max pensaba que tener hijos no era para él. Su pareja tiene un hijo de 10 años, cuyo padre murió cuando tenía cuatro años, y ese hijo adoptivo al que adora, le parecía suficiente experiencia. Hoy llegó a la casa y lo primero que dijo es: -soy otro hombre, tener un hijo propio es algo que no se puede explicar.
Su bebe tiene 5 días y en sus ojos paternales se ve el color de la cigüeña.
Hoy hace 16 años, que mi hija tuvo a su primer hijo. Era una niña aun, el bebé era su muñeco… y su vida cambió drásticamente.
A mí también. Siempre lo he llamado mi mejor compañero, pues con Esteban viajamos muchas veces los dos solos por diferentes circunstancias. Especialmente para acercarlo a su primo Demián, que nacieron con solo dos meses de diferencia y fueron los mejores amigos hasta que fueron separados por obligaciones de trabajo de mi hijo.
 Hoy, es el cumpleaños de mi mejor compañero. Un muchacho tan alto que nos ha pasado a toda la familia. Es un joven genio. Serio, nada deportivo, sabe de lo que se le pregunte. Su inquietud es mental. El y Rochelle son los intelectuales de la familia.
El también junto con mis otros nietos me han cambiado la forma de sentir, pensar y hasta vivir.  Ser abuela me llena el ego. Me siento muy afortunada, llena de ternura por donde mire.
Sé que también yo influyo un poquito en sus vidas, intento que sea de manera sutil. El estar en sus vidas algo ha de modificarles. Aunque sea demostrándoles que la libertad mental y física es un valor que no se puede comprar y que no se debe claudicar al mismo nunca, por nada ni por nadie.
Cuando miro a mis hijos y a mis nietos, también recuerdo mi ventana primaveral color de cigüeña.

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