Siempre he pensado que tener un
hijo puede –o no- cambiar una vida.
foto propia |
Un amigo de Max pensaba que tener
hijos no era para él. Su pareja tiene un hijo de 10 años, cuyo padre murió
cuando tenía cuatro años, y ese hijo adoptivo al que adora, le parecía
suficiente experiencia. Hoy llegó a la casa y lo primero que dijo es: -soy otro
hombre, tener un hijo propio es algo que no se puede explicar.
Su bebe tiene 5 días y en sus
ojos paternales se ve el color de la cigüeña.
Hoy hace 16 años, que mi hija
tuvo a su primer hijo. Era una niña aun, el bebé era su muñeco… y su vida
cambió drásticamente.
A mí también. Siempre lo he
llamado mi mejor compañero, pues con Esteban viajamos muchas veces los dos
solos por diferentes circunstancias. Especialmente para acercarlo a su primo
Demián, que nacieron con solo dos meses de diferencia y fueron los mejores
amigos hasta que fueron separados por obligaciones de trabajo de mi hijo.
Hoy, es el cumpleaños de mi mejor compañero.
Un muchacho tan alto que nos ha pasado a toda la familia. Es un joven genio.
Serio, nada deportivo, sabe de lo que se le pregunte. Su inquietud es mental.
El y Rochelle son los intelectuales de la familia.
El también junto con mis otros
nietos me han cambiado la forma de sentir, pensar y hasta vivir. Ser abuela me llena el ego. Me siento muy
afortunada, llena de ternura por donde mire.
Sé que también yo influyo un
poquito en sus vidas, intento que sea de manera sutil. El estar en sus vidas
algo ha de modificarles. Aunque sea demostrándoles que la libertad mental y
física es un valor que no se puede comprar y que no se debe claudicar al mismo
nunca, por nada ni por nadie.
Cuando miro a mis hijos y a mis
nietos, también recuerdo mi ventana primaveral color de cigüeña.
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