Erase una vez una mujer que miraba por la ventana...
Tenia una sola virtud: soñaba
A veces miraba sin ver, su mente corría por paisajes que nunca había
visitado. Escribía en cualquier lado lo que sentía. Así, aprendió a reír
y llorar en papel.
Otras veces,
veía sin mirar. Frente a su ventana desfilaban personas de diferentes
colores, vestidas con ropas o estilos disimiles, y aprendió a distinguir
sus historias según como caminaban o se movían. Entendió los
sentimientos dependiendo de sus gestos.
Con el tiempo y la edad las ventanas cambiaron.
Entonces, entendió que podía compartir sus sueños y sus papeles. Y se
convirtió en escritora. Ahora las personas tomaban dimensión de
personajes. Sus fantasías llenaron libros. Ella misma fue personaje de
algún capítulo o volumen.
Un día se vio en un gran espejo. Se miró
con detenimiento. Ese espejo era una ventana de una sola imagen. Dedujo
los sentimientos por sus ojos, sus gestos. Entendió las marcas de su
alma por la forma de moverse y las actitudes frente al espejo.
Hoy mira por diferentes ventanales y sabe como verse a sí misma en los
ojos de quien pasa, de quien se va o quien se queda en los cristales de
su espíritu. Sabe que las ventanas proyectan su intención y cambian con
su propia inspiración. Por eso las cuida especialmente y las trata con
entusiasmo y con amor.
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