martes, 7 de enero de 2014

Erase una vez...



Erase una vez una mujer que miraba por la ventana...

Tenia una sola virtud: soñaba

A veces miraba sin ver, su mente corría por paisajes que nunca había visitado. Escribía en cualquier lado lo que sentía. Así, aprendió a reír y llorar en papel.

Otras veces, veía sin mirar. Frente a su ventana desfilaban personas de diferentes colores, vestidas con ropas o estilos disimiles, y aprendió a distinguir sus historias según como caminaban o se movían. Entendió los sentimientos dependiendo de sus gestos.

Con el tiempo y la edad las ventanas cambiaron.

Entonces, entendió que podía compartir sus sueños y sus papeles. Y se convirtió en escritora. Ahora las personas tomaban dimensión de personajes. Sus fantasías llenaron libros. Ella misma fue personaje de algún capítulo o volumen.

Un día se vio en un gran espejo. Se miró con detenimiento. Ese espejo era una ventana de una sola imagen. Dedujo los sentimientos por sus ojos, sus gestos. Entendió las marcas de su alma por la forma de moverse y las actitudes frente al espejo.

Ese día dejó el personaje y voló por una gran ventana. Visitó los paisajes soñados. El personaje se hizo persona y se conquistó a si misma.


Hoy mira por diferentes ventanales y sabe como verse a sí misma en los ojos de quien pasa, de quien se va o quien se queda en los cristales de su espíritu. Sabe que las ventanas proyectan su intención y cambian con su propia inspiración. Por eso las cuida especialmente y las trata con entusiasmo y con amor.

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