Hubo una época en que escribía
diciendo que esperaba tortugas voladoras, cuando viera una volvería a
enamorarme o que haría no sé qué tontería absurda.
Lo decía un poco porque estaba
segura de que no existían, un poco por bromear y divertirme, otro poco por
hacer hablar a quienes me leían…
Fue una temporada de alegre
fantasía y expectativa. Luego me enteré que, en algún lugar del mundo, las
tortugas se lanzan desde lo alto y planean… les llaman tortugas voladoras. Me
dio un poco de tristeza y no supe bien por qué.
Supongo que entendí que ese era
el límite de mi quimera: un remedo de vuelo.
Recordé que cuando era pequeña
pedía a mi padre uno de esos tanques de historietas para volar libre… a pesar
de las promesas de que ‘un día…’ nunca llegó ese artefacto. Además, desarrollé,
con la adolescencia, un principio de vértigo a las alturas. Todo quedó en el subconsciente.
Actualmente mi idea del espacio
es diferente, mi vértigo aparece –de vez en cuando- desde algunos edificios,
sin embargo, en los aviones voy muy segura.
Refresqué hace poco que, como era
una niña muy lenta para todo, mi madre me decía ‘tortuga’. Por experiencia, sé
que la gente acelerada no siempre sale de su mismo lugar… y, quien me conoce,
entiende que mi lento andar no es perezoso ni se detiene, que los aeropuertos
son mi segundo hogar, que vuelo de un continente a otro y de país en país. Así
que, uniendo todo, pienso que:
la ‘tortuga voladora’ soy yo.
Hay quien me ama por ser como soy
y por sentir amor por lo que me rodea, es hora de amarme a mí misma y darme
cuenta de que siempre tuve a mi tortuga voladora en mí y las ventanas de
fantasía son mis alas.
El amor es mi espejo.
Adiós fantasía de la ‘tortuga
voladora’ ¡a volar por mi ventana!!
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