martes, 16 de septiembre de 2014

Ventana de barrio




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Imagen de la red
    
El barrio donde nací era un barrio donde la mayoría de los vecinos se conocían y se protegían mutuamente. Era una gran familia donde se relacionaban los profesionales con los trabajadores, los niños con los ancianos, artistas de cine con comerciantes, inmigrantes de diferentes lugares y viejas familias porteñas.
Un barrio con flores y ventanas.
En un día de primavera, me acodé en el vano de una de las ventanas de casa viendo pasar la gente, los automóviles perezosos del sábado, los muchachos con su pelota, rumbo al deportivo; las muchachas con sus ganas de obtener algo nuevo, rumbo al centro comercial.
 -'¡Hola! –me saludó don Carmelo, el viejo zapatero del barrio del que no recuerdo bien la cara pero si su aroma a suela nueva- ¿Cómo va todo?'
 -'Un poco aburrida' –dije
-'Conque tienes tiempo para desperdiciar aun, ¿eh?'
-'¿Qué quiere que haga?'
Don Carmelo se apoyó en la verja y resopló.   
-'Nada, no tienes que hacer nada solo esperar y estar preparada para que, lo que ocurra, puedas aceptarlo, disfrutarlo. Mira, ahora mismo acabas de cambiar de aburrida a sorprendida ¿verdad?'
 -'Sí, es cierto… pero es un cambio momentáneo.'
 -'Ya verás,  habrá otros cambios, más allá de que te conviertas en adulta, es más, puede ocurrir cuando seas mayor, quizás con nietos… Hay días en que uno, simplemente: cambia. Es una alteración trascendental. El mundo nos ve igual, los mismos rasgos, la forma de caminar y de hablar… pero uno se siente diferente, algo se abrió dentro del ser que es cada quien...'
Don Carmelo parecía inspirado ese día, estaba desconocido (había surgido el filósofo con cuerpo de zapatero de barrio) siguió:
  '-Son transformaciones que llegan para no irse, aunque sean impensadas, cambios sorpresivos. Son cambios que no se encasillan en las llamadas crisis, son saltos cualitativos y tienen poco o nada que ver con la edad, más bien tiene que ver con una evolución que se trabó por alguna razón o llega para torcer la dirección anterior y tomar nuevos rumbos.'
El viejo zapatero había capturado toda mi atención:
 -'A medida que uno se hace consciente de esa energía diferente, el camino se abre y se concretiza una metamorfosis que, los más cercanos, entienden como positiva. Se nota la alegría, las ganas de hacer cosas nuevas, de dejar otras y, poco a poco, el cambio se asienta y forma parte de la nueva realidad.
Para esto no hay límite de edad, puede llegar a tu vida cuando seas abuela o dentro de unos minutos. Un buen día verás que entra una luz diferente por tu ventana y que solo puedes quedarte allí, inmóvil, para recibirla.'
A esta altura mi semblante tenía una sonrisa sincera:
-'Deseo que llegue en el momento pertinente y que lo disfrutes como, en su oportunidad, yo lo gocé.'
Así terminó el anciano y se despidió haciendo un gesto con su sombrero, mientras yo grababa esas palabras que, en un momento imprevisto y cuando ya las había empezado a olvidar, se hicieron realidad.

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