miércoles, 12 de febrero de 2014

Tormenta en mi ventana




Se ha levantado un viento tan tremendo que hace temblar las ventanas y puertas… la perra no quiere acercarse al ventanal y mi gata vuelve a entrar apenas cruza la portezuela hacia el patio, tiene miedo de hacer su ronda habitual. No es para menos, las hojas y ramas pasan volando, ruedan algunos objetos.
Me gusta sentarme junto al fuego en estos atardeceres, hasta que la obscuridad de la noche abraza la casa, entonces un chocolate o una copa de vino y algún bocadillo me acompañan en mi anochecer frente a la chimenea, con la leña chisporroteando.
El silencio hace eco al ulular del viento, a las llamas vibrantes, al crepitar de los leños…
Entonces, la casa huele a madera quemada y humo amigo.
Las fuerzas del universo se muestran en estas tormentas súbitas y postreras de un invierno que se va acabando. Se rebelan como las últimas fuerzas de un viejo gruñón.
Y me siento ínfima, a merced de esos cielos siempre a mano y nunca cercanos. Partícula del cosmos que me trajo y me llevará cuando sea la hora, que me borrará de la faz del mundo como si fuera una de esas hojas secas a las que limpia del jardín sin esfuerzo ni sentimiento.
La tormenta electriza los árboles y el bosque danza, muy cerca de la casa. En mi ventana se arremolinan nubes y se encienden soles de cristal… la gata se duerme en mi falda y la perra se ovilla a mis pies.
Va siendo hora de cerrar la ventana y preparar mi cena.  


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