Después de tantos vuelos ya no existe, o es mínima, aquella
excitación de hace tiempo atrás.
Viajar, volar, ha sido mi único lujo y lo disfruto.
Si es de noche, me asomo por la ventanilla a ver que las luces
están más agrupadas aquí y allá.
Suavemente el piloto hace una maniobra y las
alas quedan una arriba y la otra abajo, así puedo ver el panorama en toda su
amplitud.
Parece una vidriera de navidad. Presumo que en los lugares con
más luces hay más gente, por lógica cartesiana que puede ser errada, el
estómago de algunos se resiente y a mí me divierte el meneo.
De golpe la superficie iluminada se agranda y son luces sobre
luces, líneas de otro color puentes, carreteras que unen pueblos, carreteras
que cortan ciudades... es muy noche y no hay luna, pero estoy segura que ya mi
objetivo está bajo mis nalgas y la excitación, mágicamente, vuelve a mí.
Mónica Ivulich, DR2018Fr
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