jueves, 3 de mayo de 2018

Ventana invisible (Tula)


Me alegré cuando Paula dijo que iríamos a visitar las Pirámides de Tula.


Desde la entrada hasta las pirámides hay un camino largo de tierra, con cactus variados y pequeños comercios. Luego empiezan las antiguas construcciones: cancha de deporte, mercado, pirámides, losas grabadas.

Colosal, majestuoso el paisaje, si bien no están las construcciones enteras me puedo imaginar lo suntuoso de aquella ciudad y lo animado de sus ferias, sus mercados y rituales.

Allí llegaba una multitud en tiempos de peregrinación, desde todos lados y pertenecientes a diversas tribus. Era un lugar místico y comercial a la vez. Un punto de encuentro previo para llegar a la gran Pirámide. Un lugar energizante.

Se pueden apreciar grabados muy interesantes y reveladores, hablan de dioses, animales y planetas.

Al enfrentar la escalera entendí que era posible mas no fácil, debía usar mi entusiasmo y determinación para alcanzar mi meta: Los Gigantes de Tula en la cima de la Pirámide del Sol.

 Subir esos escalones empinados requirió de todo mi arrojo, una vez arriba sentí la energía del cosmos llegando a mi ser y duplicándola.

Hay una ventana invisible en los ojos de los Gigantes de Tula, una
ventana de aire que nos traslada a tiempos de Dioses venidos en pájaros metálicos o en nubes estruendosas, de mágicos conjuros y serpientes emplumadas, tiempos donde empezó a escribirse la historia y el hombre se hizo hombre cumpliendo leyes, surcando huellas para sembrar maíz y comenzar trueques en los mercados.

No dudo de la sensación mágica que tendrían allí los toltecas y del esplendor de sus ritos en ese escenario. No hay mejor emplazamiento para esos Gigantes de piedra...

Frente a esas moles, una se siente ínfima y, a la vez, conectada al poder de los cielos, aunque no sepa a ciencia cierta qué es eso.

Tampoco es fácil bajar, de hecho, un joven rodó por las escaleras. La ambulancia tuvo que auxiliarlo.

Muchos tenían miedo en el camino del descenso, vértigo... incluso pánico.  Hice uso de mi concentración, debí aferrarme al borde y descender un escalón a la vez, sin mirar abajo ni a los lados.
Fue tanto lo vivido allí, unido al calor, que comencé a marearme y debí descansar, por suerte un árbol daba fresco y me pude recostar al amparo de sus ramas y follaje a esperar que Paty trajera agua, me hacía mucha falta.

Muy pintorescos los puestos de venta con artículos regionales, comidas y refrescos en el camino desde la entrada hasta el enclave.   Encontré una punta de flecha para felicidad de las niñas.

Terminé cansadísima y pletórica.
Inolvidable excursión al pasado.

Mónica Ivulich DR2018Fr

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