sábado, 11 de abril de 2015

Ventana sureña (fotos de Stella Gonzalez)



Hace muchos años, como cuarenta creo, hice un viaje al sur de Argentina. Me había olvidado de alguno de los detalles de ese viaje y, ahora, unas fotos que me enviara mi prima Stella me han traído esos recuerdos a la mente.
Era mi segunda o tercera vez en aquellos parajes tan bonitos. Pero, esta vez, la intención era muy diferente, fue un viaje organizado por la Universidad (UBA) que agrupara a estudiantes de varias carreras. El contingente, compuesto de algo más de veinte personas, aspiraba a formarse como profesionales y a ser útiles.
Nos alojamos cerca de una reservación mapuche en Piedra del Águila. La intención era teórico práctica. Por un lado enseñar a la población a purificar el agua que recogían de la vertiente de deshielo y compartían con los animales del lugar con obvias consecuencias nefastas en sus pechos y sistema digestivo. Por otro lado, recoger información social, educativa, psicológica, médica, geológica, etc. Y el tercer objetivo fue levantar un comedor escolar.
Fue una experiencia fascinante, la relación con la gente fue profunda y emotiva. Dejó una huella imborrable en mi mente y corazón. Pero creo que lo contaré en otra ocasión.
Lo que hoy me llama la memoria es San Martin de los Andes, a unas horas de Piedra del Águila. Allí nos llevaron un día de descanso. Para quien no lo conozca, debo decir que es un lugar muy recomendable para las vacaciones. Antiguamente era habitado por gente europea casi completamente, de hecho, las cabañas o casa que allí se levantaron son de arquitectura europea, alpinas. Muy apropiadas para esa zona próxima a la Cordillera.
Argentina tiene muchísima población llegada del otro lado del charco, de hecho mi sangre es 90% europea. Y ese tipo de construcción me llamaba mucho la atención. Me parecieron absolutamente pintorescas, además de obviamente bucólicas. Las mirábamos desde las callecitas con interés y cariño. Los niños, y algunos adultos, nos miraban desde adentro, asomándose a las ventanas, con un poco de recelo. Lo cual puedo imaginar pues éramos un grupo de jóvenes extraños en un paraje pacífico y silencioso. Casi nos sentimos nosotros los extranjeros.
Después de cruzar el hermoso lago, nuestra misión era llegar a aguas minerales del lugar, que serían muy saludables. Las mismas caen en vertiente por las piedras de una montaña, generosamente y cualquiera podía llenar su botella, cantimplora o vaso. Había sin gas o con él. Probé primero la cristalina y brillante sin gas que me pareció fresca y deliciosa… luego me serví la otra, con menos brillo y burbujeante. ¡Qué error!!! El dolor de estómago fue casi instantáneo. Me sentía con nauseas, francamente mal… uno de los estudiantes de medicina me dijo que era muy fuerte para mí, que descansara, me llevó a un asiento y allí sentí que todos los gases me salían por donde podían. Lo miré con  desconsuelo  y pregunté:- “¿Estas son aguas saludables?”
-“Si –contestó sonriendo irónico el ‘doctorcito’- pero, no estabas preparada para tanta salud…”
Mi malestar físico se transformó en ira. Hacerme un chiste cuando estaba indispuesta era demasiado. De momento, no tenía la capacidad de contestarle.
Volvimos caminando y entonando canciones. Desde las ventanas recibíamos miradas admonitorias, estábamos interrumpiendo la paz del lugar y, ni siquiera, era época de vacaciones.
Cuando llegamos al lago estábamos con mucho calor. tocamos el agua con los pies y la sentimos casi helada. Los pies se nos enfriaron rápidamente, de todas maneras, algunas de las muchachas nos atrevimos a internarnos en el agua. ‘Ellos’ se quedaron fumando en la orilla. Nosotras saltábamos y comenzamos a nadar y chapuzar en el lago. También llamábamos a los jóvenes y los desafiábamos a llegar donde nos encontrábamos.
Yo me ensañé especialmente con el ‘doctorcito’ que, ante nuestras provocaciones decidió caminar hacia el centro del lago Lacar, dando saltitos y salpicando perlas de agua casi helada con lo que sentía que su temperatura corporal bajaba segundo a segundo. Cuando el nivel del agua le llegó a la entrepierna su gesto se endureció, la cara se le puso roja. Colocó las dos manos juntas como formando un taparrabo. Emitió fuertes grititos de dolor “¡Uhuh… ah ah uhuh!” y emprendió la retirada, escarlata por momentos y pálido en otros, de dolor y vergüenza… las chicas nos reíamos sin compasión y, sin querer, me había vengado.
Hoy he recibido las fotos de unas ventanas que tomó mi prima Stella desde dentro de una casa en San Martín de los Andes, tal vez será una de esas ventanas desde las que nos miraron hace tantos años, solo ‘tal vez’ esa ventana nos recuerde, con nuestras risas y nuestra juventud. Nunca imaginé mirar por una de ellas. Y mi prima no sabía los recuerdos que me traería y la sonrisa que me arrancaría desde esa ventana sureña.








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