Hace muchos años, como
cuarenta creo, hice un viaje al sur de Argentina. Me había olvidado de alguno
de los detalles de ese viaje y, ahora, unas fotos que me enviara mi prima
Stella me han traído esos recuerdos a la mente.
Era mi segunda o tercera vez
en aquellos parajes tan bonitos. Pero, esta vez, la intención era muy
diferente, fue un viaje organizado por la Universidad (UBA) que agrupara a
estudiantes de varias carreras. El contingente, compuesto de algo más de veinte
personas, aspiraba a formarse como profesionales y a ser útiles.
Nos alojamos cerca de una
reservación mapuche en Piedra del Águila. La intención era teórico práctica.
Por un lado enseñar a la población a purificar el agua que recogían de la
vertiente de deshielo y compartían con los animales del lugar con obvias
consecuencias nefastas en sus pechos y sistema digestivo. Por otro lado,
recoger información social, educativa, psicológica, médica, geológica, etc. Y el
tercer objetivo fue levantar un comedor escolar.
Fue una experiencia
fascinante, la relación con la gente fue profunda y emotiva. Dejó una huella
imborrable en mi mente y corazón. Pero creo que lo contaré en otra ocasión.
Lo que hoy me llama la memoria
es San Martin de los Andes, a unas horas de Piedra del Águila. Allí nos
llevaron un día de descanso. Para quien no lo conozca, debo decir que es un
lugar muy recomendable para las vacaciones. Antiguamente era habitado por gente
europea casi completamente, de hecho, las cabañas o casa que allí se levantaron
son de arquitectura europea, alpinas. Muy apropiadas para esa zona próxima a la
Cordillera.
Argentina tiene muchísima
población llegada del otro lado del charco, de hecho mi sangre es 90% europea.
Y ese tipo de construcción me llamaba mucho la atención. Me parecieron
absolutamente pintorescas, además de obviamente bucólicas. Las mirábamos desde
las callecitas con interés y cariño. Los niños, y algunos adultos, nos miraban
desde adentro, asomándose a las ventanas, con un poco de recelo. Lo cual puedo
imaginar pues éramos un grupo de jóvenes extraños en un paraje pacífico y
silencioso. Casi nos sentimos nosotros los extranjeros.
Después de cruzar el hermoso
lago, nuestra misión era llegar a aguas minerales del lugar, que serían muy
saludables. Las mismas caen en vertiente por las piedras de una montaña,
generosamente y cualquiera podía llenar su botella, cantimplora o vaso. Había
sin gas o con él. Probé primero la cristalina y brillante sin gas que me
pareció fresca y deliciosa… luego me serví la otra, con menos brillo y
burbujeante. ¡Qué error!!! El dolor de estómago fue casi instantáneo. Me sentía
con nauseas, francamente mal… uno de los estudiantes de medicina me dijo que
era muy fuerte para mí, que descansara, me llevó a un asiento y allí sentí que
todos los gases me salían por donde podían. Lo miré con desconsuelo
y pregunté:- “¿Estas son aguas saludables?”
-“Si –contestó sonriendo
irónico el ‘doctorcito’- pero, no estabas preparada para tanta salud…”
Mi malestar físico se
transformó en ira. Hacerme un chiste cuando estaba indispuesta era demasiado. De
momento, no tenía la capacidad de contestarle.
Volvimos caminando y entonando
canciones. Desde las ventanas recibíamos miradas admonitorias, estábamos
interrumpiendo la paz del lugar y, ni siquiera, era época de vacaciones.
Cuando llegamos al lago
estábamos con mucho calor. tocamos el agua con los pies y la sentimos casi
helada. Los pies se nos enfriaron rápidamente, de todas maneras, algunas de las
muchachas nos atrevimos a internarnos en el agua. ‘Ellos’ se quedaron fumando
en la orilla. Nosotras saltábamos y comenzamos a nadar y chapuzar en el lago.
También llamábamos a los jóvenes y los desafiábamos a llegar donde nos encontrábamos.
Yo me ensañé especialmente con
el ‘doctorcito’ que, ante nuestras provocaciones decidió caminar hacia el
centro del lago Lacar, dando saltitos y salpicando perlas de agua casi helada
con lo que sentía que su temperatura corporal bajaba segundo a segundo. Cuando
el nivel del agua le llegó a la entrepierna su gesto se endureció, la cara se
le puso roja. Colocó las dos manos juntas como formando un taparrabo. Emitió
fuertes grititos de dolor “¡Uhuh… ah ah uhuh!” y emprendió la retirada, escarlata
por momentos y pálido en otros, de dolor y vergüenza… las chicas nos reíamos
sin compasión y, sin querer, me había vengado.
Hoy he recibido las fotos de
unas ventanas que tomó mi prima Stella desde dentro de una casa en San Martín
de los Andes, tal vez será una de esas ventanas desde las que nos miraron hace
tantos años, solo ‘tal vez’ esa ventana nos recuerde, con nuestras risas y
nuestra juventud. Nunca imaginé mirar por una de ellas. Y mi prima no sabía los
recuerdos que me traería y la sonrisa que me arrancaría desde esa ventana
sureña.
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