Mientras
se secaba mi cabello puse una máquina a lavar y doble la ropa lista en la
secadora.
Entonces
crucé la calle y me senté frente a un rico y espumoso capuchino. Desde joven
disfruto este ritual de sentarme sola en una cafetería… en Argentina solía ir a
“La Vascongada”, luego en la universidad iba a “La Farola”, “La Paz” o -en días
burgueses- a “El Molino”, luego los tiempos cambiaron y los lugares, los
países, también…
Oliendo
el sol de primavera, caminé hasta la feria cercana. Aquí en Sandrigo no son
iguales a los baratillos de Oxford o de algunas comarcas españolas, aquí hay
prendas de medio vestir muy bonitas, de niños y deportivas; artículos del
hogar, verdulerías, quesos variados y olorosos, pescados que no miro, pero
huelen también…
Mi
propósito fue llegar a donde estaban flameando hermosas cortinas de lino y
donde encontré las que buscaba. Para completar compré una planta algo original
por su forma y color para mi hijo que está arreglando el jardín que disfrutará
en verano. Algunas pequeñeces más y volví con lo máximo que puedo cargar.
Luego
lo rutinario hasta la tarde en que Milo y Maxx Jr., corrieron a abrazarme diciendo
“Hi Grandma”, entonces la fiesta comenzó y hubo algunas cosillas que les
preparé y pizza y para terminar el día fuimos a la Feria de diversiones que
instalaron muy cerca…
Nada
muy especial, nada muy grande ni ostentoso, pero con mucho amor filial, armonía
y la alegría de estar juntos, mirando por una ventana italiana.
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