Pues mis ventanas se han tenido que hacer
portátiles… ¿qué más? Porque si no se mueven no me encuentran, jeje, una
viajera empedernida cambia de ventanas continuamente… eso es bueno de alguna
forma… conocer, entender diferentes formas de actuar, expresarse, etc.
A menudo me cuestiono este ir y venir. Ya descarté
la teoría del escapismo, no tengo de que escapar. Me siento bien donde esté y
con quien esté. Sé, hace tiempo que solo
yo puedo hacerme feliz. Lo demás viene por lógica y para compartir mi alegría de
vivir.
Creo que más que escapismo es ‘encontrismo’
una palabra que acabo de inventar… pero, es real que en mis viajes encuentro
trozos de mi misma, trozos que puedo haber dejado en otras vidas, que he
olvidado o no atendido profundamente en esta vida que quiero vivir
intensamente.
 |
Imagen de la red |
He llegado a un punto que trato de convertirme
en mi propia ventana, o sea, ser observadora imparcial, objetiva, de lo que
pasa frente a mi o por mi interior… no es fácil, es que amarse a sí mismo sin
sufrir la intervención del ego, es difícil. Amar nuestras debilidades,
reconocerlas y comprenderlas, ¡que trabajo!
Así es que empiezo a dejar esta pasión por
los viajes y a viajar por mi propio yo, un viaje con amor y eligiendo la compañía
cuidadosamente, es un viaje selectivo que encaro con alegría. Esto no quiere decir que abandone los aviones,
no. Sino que priorizo mi intención de introspección y exploración interna a las
otras.
Ser una ventana es una experiencia única que
no preveía al iniciar esta serie de escritos sobre ventanas diferentes y me
parece una conclusión alucinante, bella… seré una ventana amorosa, sin
condiciones, me fascina esta posibilidad.
Nos vemos en mi próxima ventana. Sin compromisos.
Sin ataduras. Con mucho amor del bueno.