Viví en la Gran Manzana por
veinte años y mis experiencias allí, buenas y malas, cambiaron mi personalidad.
Cuando caía la noche, Nueva York
se iluminaba tanto que, desde un piso alto, nos creíamos en la Galaxia.
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Había miles de ventanas en la
ciudad y cada una tenía su historia, con horarios diferentes, mucho estrés en
casi todas y en la mía, como en la de muchos, colgaba alguna nostalgia.
Los inmigrantes con la familia
lejos, los enamorados con sus diferencias, padres que -por buscar futuro- se
alejaron dolorosamente de hijos o viceversa, puestos de trabajos perdidos, remotas
ciudades natales en la memoria…
Claro que bastaba con sacudirse,
salir a la vereda y la energía febril, alocada de la ciudad, lo inundaba a uno.
Siempre se encontraba un amigo o un desconocido dispuesto a charlar frente a
una mesa de bar.
La Ciudad entera se engalanaba
con los primeros fríos, no importaba la temperatura exterior, dentro había festejo
para todo el invierno.
En octubre todas las ventanas
lucen calabazas, brujas o algún monstruo iluminado… los fantasmas ondulan por las
calles. Halloween gruñe.
En noviembre asoman los pavos y
la mayor cena de todo el país tiene lugar. Esa noche las familias se reúnen y
dan gracias por otro año, los empleados por un día completo de jolgorio y algo
que el jefe les haya regalado. Thanksgiving Day! Emotiva, excepto para los
pavos…
Entonces y aun con la digestión a
medias -después de la opulenta cena- se cambian las ventanas con adornos
navideños… Las enormes vidrieras exhibirán sus ofertas para que todos regalen y
reciban… o sea: acumulen más cosas en los armarios, de por sí ya atestados.
Pronto y desde las ventanas cercanas de Time Square se asomarán miles a ver
subir la bola de Fin de Año, otros sufrirán frío por horas en las calles
aledañas, los más mirarán una ventana de TV mientras se abrazan y brindan …
Seguirá el rojo de San Valentín y
luego las flores de primavera… y -a excepción de alguna bandera aquí y allá- ya
descansan las ventanas de NY, que se abrigaron con algarabía para contrarrestar
la nieve y la sensación térmica que de térmica muy poco…
Muchas veces me he parado en las
rocas que subsisten en Central Park y desde todos lados me miraban las ventanas
de los edificios… ¡cuánta vida transcurre a través de esos cristales! ¡Cuántas
miradas tiene una ciudad!
Mónica Ivulich
DR2016Fr
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Saludos cordobeses
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