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El
pensamiento es una energía que une mi interior con lo materializado. Lo quiero concebir
como un hilo conector, un hilillo lumínico que va donde se dirige mi intención.
Cuando pienso
en alguien tengo esa persona frente a mí, lo mismo: si es un lugar tengo ese paisaje
a mi alrededor, etc.
Mis pensamientos
basados en lo que escucho, leo, veo, imagino, etc. forman mis creencias. Ese
total de creencias es lo que me ‘predestina’ hacia un futuro.
Por eso
trato de pensar muy bien que es lo que deseo y dirigir mis reflexiones en
consecuencia.
Incluso,
que es lo que aspiro después de mi desaparición física. Estoy segura que mi
pensamiento me guiará hacia un ‘lugar’ visualizado por mí, así es que deseo
planearme ese destino incluyendo la gente que quiero encontrar allí.
La mente
es una ventana a la que hay que domar y mimar al mismo tiempo, la trato con consideración
y paciencia, pero haciéndole saber quién la guía. Le pongo flores, las riego y
corto las malezas que quieran irrumpir, aunque siempre llega alguna hierba
entrometida e indeseable a la que debo convencer de que esa no es la ventana
que le conviene y la invito –gentilmente- a abandonar mi mente.
No es
un trabajo fácil, se debe estar en alerta constante y no dejarse agobiar. De todas
las ventanas posibles, la mental es la más complicada de mantener limpia y
cuidada. En ese trabajo me paso gran parte de mi tiempo ventanero, pues estoy
segura de que me dará buen resultado. Y sigo regando mis pensamientos hasta
abrir otra ventana…
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