Cuando miro por mi ventana de la infancia
veo a una nena de trenzas o cola de caballo y una mirada algo triste.
Pero no siempre era triste. Mi infancia está
poblada de amigos imaginarios a falta de los que mi madre no admitía en casa ya
que su temple no lo soportaba.
En mi infancia no hubo violencia ni abusos,
no me faltó alimento ni zapatos, pero las muestras de afecto eran escasas y cambiadas
por objetos físicos. Cuando yo no me alegraba con uno de esos regalos, mi madre
se frustraba, no sé si porque lo tomaba personal o porque el dinero no sobraba
y lo había malgastado. Así es que aprendí a sonreír, por igual, ante todo lo
que me daban.
Algo que los adultos no aceptaban de mucho
grado era mi desgano por la comida. En casa de mis tíos no comía lo que se me ofrecía
y mis tías se entristecían por ello. Mi madre
de desvivía por brindarme dulces, me ponía frente a la vidriera llena de
chocolates y yo negaba con la cabeza. Era lo mismo con las confiterías llenas
de mazas de todo tipo. Lo único que terminaba comiendo eran unos merengues de
dulce de leche porque me divertía ver las caras sucias de ese pegote.
Cuando íbamos al zoológico con mis padres o
mis tías paternas, me compraban un pirulín en la entrada. Y eso era algo
diferente. Por empezar me llamaba la atención como los promocionaban los
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Imagen de la red (agregado de pirulines con photoshop) |
vendedores, con cantos o con breves estrofas que rimaban con gracia. Pero sobre
todo me atraía el colorido de esos chupetines cónicos. Además estaban en unos
cilindros con orificios y reflejaban sus colores cuando un rayo le daba directamente
en su centro. Generalmente gastaban una linda sonrisa y tenían una amabilidad
natural.
El dulce seguía sin gustarme, pero lo lamía
porque su textura iba variando y eso me llamaba la atención. Además miraba las
escenas a través de la casi transparencia de su cuerpo y todo cambiaba de color
según con el segmento que lo miraba, azul verde rojo amarillo… entre un animal
y otro ese era mi entretenimiento, los paisajes cobraban un encanto especial y ‘acaramelado’
y yo recibía un llamado de atención por retrasarme o por correr el riesgo de
caerme si seguía cerrando un ojo y mirando con el otro con el pirulí por medio.
No tengo idea de si esos personajes existen
aún, pero en época en que la televisión tenía poca o ninguna injerencia en
nuestras vidas, los vendedores ambulantes eran héroes de historias sin inventar
aun…
Pero, con solo forzar mi mirada y aguzar mi
oído, aparecen varios de ellos… y el pirulinero, pirulero, era un mago de fantasía
que cambiaba el paisaje de mi infancia y, hoy, enriquece mi ventana.