Algún día había que nacer, creo…
y ahí estaba yo, esperando turno, saltando de nube en nube, con toda esa paz
que me rodeaba, sin problema alguno, inocente y alegre.
Pero, era un espíritu inquieto,
como aún sigo siéndolo. Así es que un buen día me asomé por entre las capas del
cielo y vi el mundo donde iba a parar cuando me llegara el tiempo… ¡y como me
atraía conocer ese mundo! Sabía que tenía que buscar a alguien allí… ¡a muchas
personas!
 |
Imagen de la red |
Me incliné y me incliné tanto que
empecé a deslizarme por el espacio… así, dando tumbos, fui cayendo por los
huecos siderales y capas de la atmósfera.
Tan precipitada fue mi caída que
no tuve preparación, no me preguntaron donde quería caer ni que cuerpo me
gustaba, que familia deseaba… ningún planeamiento ni elaboración de lo que
vendría. Es más: ni tiempo hubo de que me dieran mi pan para llevar bajo el
brazo.
Me llegó -tarde- el mensaje sobre
el obsequio que debía llevar a mis padres al nacer… de dónde iba a sacar el pan
en ese infinito etéreo… no sabiendo que hacer traté de tomar lo primero que se
presentó ante mi vista, no muy buena aun… un pedazo de nube, una hilacha de
viento, una pluma de algún pájaro que por allí pasaba.
Y así llegué, con una pluma bajo
el brazo.
Pasando por una ventana aterricé
en un lugar pequeño, húmedo, incómodo, donde se escuchaba un ruido muy raro
que, más tarde, me enteraría era un corazón, el de mi madre por supuesto. Si
hubiera sabido que debía de pasarme nueve meses en ese recinto acuoso, tan
mínimo, no hubiera intentado aparecer en este mundo…
Lo peor vino después: pasar por
un túnel estrechísimo para llegar a una habitación con luces que lesionaban mis
ojos recién estrenados que ni siquiera sabía que tenía. Así que los cerré y no
fue hasta algún tiempo después que los volví a abrir. Entonces fui entendiendo
lo que las miradas significaban. Miraba sin cesar a la mujer que me alimentaba
y calmaba mi dolor de estómago. Entonces entendí que se preguntaba por qué
había una pluma bajo mi brazo en vez de un pan…
No pude contestar a esta pregunta
hasta muchos años después. ¿Qué hacer con aquella pluma…? así que no habiendo
otra cosa y como mis padres no pudieron decidir el propósito de aquello que era
un regalo para ellos… me dediqué a hacer palabras unidas y a mis siete años
escribí mi primer poema mirando, casi, por la misma ventana por la que había
entrado... fue un poema para mi hermano recién nacido.
La pluma había encontrado una
razón de estar en el mundo.
Más tarde sirvió para disfrazarme
de indígena. Luego para bailar charlestón. Para limpiar miguitas de mi mesa.
Mi padre la quiso para poner en su línea de pesca, mi hermano para su
flecha, mi madre para la basura, mi amiga para mascota, pero no lo permití...
la conservé para mí.
Con el tiempo iría encontrando más usos para
mi pluma, la cual me acompañaría por mucho tiempo y hasta que la hiciera parte
de mi personalidad, como amuleto de la suerte, para dormir acompañada por una
caricia, para mirar por las ventanas que, en mi infancia y adolescencia me
hablaban de un cielo diferente…
Luego regalé plumas a muy pocas
personas… solo a aquellas que pudieron entender y no mirarme feo por ello.
Otras veces las lancé por mi ventana para verlas volar.
En mi madurez, más selectiva,
solo regalo una de mis plumas a quien demuestra que podemos emprender vuelo
cuando las juntamos.
Francia, 2014