Se
ha levantado un viento tan tremendo que hace temblar las ventanas y puertas… la
perra no quiere acercarse al ventanal y mi gata vuelve a entrar apenas cruza la
portezuela hacia el patio, tiene miedo de hacer su ronda habitual. No es para
menos, las hojas y ramas pasan volando, ruedan algunos objetos.
Me
gusta sentarme junto al fuego en estos atardeceres, hasta que la obscuridad de
la noche abraza la casa, entonces un chocolate o una copa de vino y algún bocadillo
me acompañan en mi anochecer frente a la chimenea, con la leña chisporroteando.
El
silencio hace eco al ulular del viento, a las llamas vibrantes, al crepitar de
los leños…
Entonces,
la casa huele a madera quemada y humo amigo.
Las
fuerzas del universo se muestran en estas tormentas súbitas y postreras de un
invierno que se va acabando. Se rebelan como las últimas fuerzas de un viejo gruñón.

La
tormenta electriza los árboles y el bosque danza, muy cerca de la casa. En mi
ventana se arremolinan nubes y se encienden soles de cristal… la gata se duerme
en mi falda y la perra se ovilla a mis pies.
Va
siendo hora de cerrar la ventana y preparar mi cena.
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