En mi paseo por Portugal he
mirado por muchas ventanas. En algunas me detenía y, a través de ellas, veía el
paisaje: bosques, ríos, etc.
Otras veces me quedaba enamorada
de alguna ventana por sus molduras, su belleza, por lo que trascendían, por lo
que habían experimentado a través de los tiempos.
Con algunas podía meditar o
compartir algún sentimiento. En oportunidades creí que me hablaban o, simplemente,
transmitían algo para quien quisiera o pudiera captarlo.
En esta ventana en particular me
detuve unos minutos. Fue en Sintra y casi la omito cuando el reflejo de su
cristal me dio en los ojos. Decidí descansar cerca y dejar que su energía me
hablara.
Es una ventana pequeña, como un
ventanuco, casi todos la pasan por alto. Pero, en su simpleza tiene una hermosura
singular. Es como una doncella de cuentos: tímida, cándida, que se ruborizaría
si pudiera.
Como dije, me detuve y la encaré.
En seguida me simpatizó. Y me trajo mensajes de amor. No era amor romántico,
no. Por su tamaño no podría ser
partícipe de amores como lo fue el balcón de Verona, ni la ventana de Coímbra
(anterior a esta).
![]() |
Tomada en Sintra, Portugal 2017 D.R. |
Esta ventanita tenía otra idea:
dar amor a los que pasaban por allí, aunque no la vieran. Era un amor muy
blanco, incondicional.
Y pensar en este tipo de amor me
abrió el pecho de manera singular. Ese amor que no persigue efectos ni
resultados, donde lo más importante es hacer el bien al otro sin importar quién
o cómo es, no amor ciego sino todo lo contrario: es bien intencionado y sin
caducidad… No podrá evitar los dolores de crecimiento, mas estará ahí para
acompañar y, si es necesario, sufrir juntos. Es el amor que acepta y dónde lo
más importante es el amor.
Le agradecí a la ventanita
sintrence que me inspirara estos pensamientos y seguí mi camino con buen ánimo,
casi flotando. Creo que había algunos duendes sonriéndome, pero aún tenía mucho
que caminar y continué por el sendero Quinta de Regalaidera.
Mónica Ivulich
DR2017Fr.