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foto: Adriana Harts |
Hay ventanas
que traen un aroma a libertad. Esta, por ejemplo.
Mi hija me la regala desde su lugar de
vacaciones. Seguramente todos sienten libertad y despreocupación desde que
miran por ella.
Los imagino,
son tres familias, seis adultos con ocho hijos en total, de todas las edades,
los más chicos correrán y los adultos los vigilaran, organizaran paseos y
comidas, los hombres asando las mujeres con ensaladas. Disfrutando el sol y la
piscina…
Y,
entonces, recuerdo una especie de sueño vívido que parece llegado de mi pasado,
de otra vida.
Sueño o
recuerdo es una historia desde el bosque. Me veía como un patriarca de una gran
familia. Teníamos los arboles como forma de trabajo. Todos tenían su puesto,
desde cultivar, limpiar terreno, talar, aserrar, construir casas y muebles,
vender madera, transportar… las mujeres tenían también lo suyo, mantener la
limpieza, cocinar, plantar, cuidar animales, buscar los huevos, cosechar y
lavar vegetales….
Era una
vida sencilla y con pocos conflictos. Pero dentro de esa paz, mi liderazgo me
daba algún que otro contratiempo. Me vi,
luego, como un hombre ya viejo, riendo con nietos y, mas tarde, enfermo mirando
por una ventana muy parecida a ésta, que me envía mi hija.
La familia
me rodeaba al final de la jornada y hablábamos de lo que había pasado durante
el día. Una de esas noches les dije que quería que conservaran la armonía entre
ellos, que yo me iría por esa ventana para descansar. Los más chicos se miraron
entre ellos queriendo no entender. Los adultos bajaron la cabeza para no
expresar sentimiento alguno.
No sé qué
hay de verdad hay en esas memorias ‘oníricas’, pero, al ver esa foto, reviví aquella historia. real o no, como
recuerdo de otro tiempo, donde había una ventana por la que daría un paso hacia
la libertad.